lunes, 15 de julio de 2013

ARQUETIPO DE LA SOMBRA


Arquetipo de la sombra



Según Jung (1875-1961) el yo es una luz que arroja su propia sombra. Este arquetipo de difusa figura y borrosas dimensiones representa el lado oscuro del yo, su otra cara, su contra cara, lo rechazado, odiado y no admitido por el sujeto. La sombra es un espectro tan repugnante que se reprime y se expulsa con violencia, intentando ser mantenido lo más alejado posible de la conciencia, pues posee todos los aspectos que el yo no ha podido integrar por ser incompatibles con la imagen que el sujeto tiene de sí mismo y con el ideal que persigue. 

El proceso de formación del yo es el mismo que el de formación de la sombra, es a partir de las mismas vivencias que ambas instancias se constituyen, una de éstas, el yo, en una forma de mayor elaboración y complejidad, destinada a la evolución y al desarrollo permanente, estableciéndose como el complejo organizador y rector de la consciencia, en contacto con la realidad externa y con el tiempo que transcurre. La otra, la sombra, en un estado primitivo por debajo de los umbrales de dicha consciencia, detenida en la atemporalidad de lo inconsciente. Entonces, es el proceso de educación y socialización el interviniente en la formación de la sombra, pues, todas aquellas tendencias, impulsos, emociones, funciones y elementos psíquicos que son incompatibles con lo que los padres y modelos sociales imponen son desechados, justamente porque entran en conflicto, con lo que la moral en formación admite.

La sombra puede ser figurada como un saco, una bolsa en la que se arroja, vía represión, lo que no puede ser aceptado o tolerado por el yo; digamos que en su esencia está lo intolerado, lo inadmisible, lo angustiante y doloroso, lo que pesa, molesta y daña, y por esta misma razón es que, justamente, suele ser molesta y su presencia nos  daña. Tras la personalidad consciente se ha desarrollado otra personalidad inferior que se mantiene en estado primitivo y disociada de la primera. Es verdaderamente como un otro que habita en nosotros, con ciertos rasgos de carácter ligados a tendencias no admitidas por la moral, y que actúa de manera autónoma persiguiendo sus propios fines.
 Por lo tanto podemos ir advirtiendo que la sombra es un representante de lo inconsciente y siempre trae consigo un mensaje de lo que acontece más allá de los dominios del sujeto de la consciencia. 

Podemos estar seguros que nos encontramos en presencia de la sombra cuando las cosas nos “sacan de quicio”; cuando sentimos que lo que pasa a nuestro alrededor (o que algo terrible en nuestro interior amenaza con desatarse) supera ampliamente nuestras posibilidades para afrontarlo, y reaccionamos de un modo desproporcionado a lo que la situación en verdad amerita. 

Algo que caracteriza su presencia es que supera nuestras capacidades porque desborda al yo; el sujeto por momentos parece no contar con los recursos mentales suficientes para tolerarla, ensombrece su visión del mundo, oscurece el pensamiento y su corazón. Podríamos decir que cuando estamos encadenados a la sombra, la penumbra se ha apoderado de nosotros. Es cierto que hay sucesos inadmisibles en el mundo, pero si éstos nos exasperan por completo, tal vez debamos pensar que aún no conocemos, o nos negamos a reconocer profundamente la naturaleza humana, y de lo que ésta es capaz; esto sucede porque no hemos aceptado que las tendencias más terribles, sádicas y morbosas también forman parte de nuestra propia naturaleza. 

La proyección de este arquetipo permite que al hombre se le haga un poco más amena su existencia ya que evita, hasta cierto punto, un conflicto moral; pero no se puede mantener mucho tiempo este autoengaño, pues la sombra es parte del sujeto y se volverá en su contra por no ser reconocida. Justamente, que las cosas nos salgan mal por supuesta culpa del mundo, ya es una manifestación de la sombra desconocida, que está jugando su propio partido, persiguiendo sus propios fines. Lo ideal es reconocerla, amigarse con el diablo que uno mismo es, y aprender de todo lo que tiene para brindarnos, sino, tarde o temprano, nos somete haciendo su voluntad y expresando su naturaleza, pues como solía indicar Jung: “Lo que no se hace consciente se hace destino”. Jamás podremos librarnos de nuestra sombra, pero esto no es algo malo, en realidad es positivo, ya que la sombra contiene un potencial enorme y se vuelve sumamente útil cuando logramos integrarla, permitirle su espacio y entrar en un permanente diálogo con ella, que en el fondo, es un diálogo con nosotros mismos, pero es un diálogo que excede el orden de las palabras y de lo puramente racional, e implica entrar en contacto con nuestra naturaleza oculta.

La sombra sólo hace daño o se comporta como “mala”, porque se mantiene en la marginalidad, porque se la rechaza, y lo reprimido siempre retorna abruptamente reclamando su lugar y demostrando que por más que nos neguemos a verlo, no ha cesado su existencia.




BIBLIOGRAFÍA




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