Arquetipo de la sombra
Según Jung (1875-1961) el yo es una luz que arroja su propia sombra. Este
arquetipo de difusa figura y borrosas dimensiones representa el lado
oscuro del yo, su otra cara, su contra cara, lo rechazado, odiado y no
admitido por el sujeto. La sombra es un espectro tan repugnante que se reprime
y se expulsa con violencia, intentando ser mantenido lo más
alejado posible de la conciencia, pues posee todos los aspectos que el yo
no ha podido integrar por ser incompatibles con la imagen que el sujeto
tiene de sí mismo y con el ideal que persigue.
El proceso de formación del yo es el
mismo que el de formación de la sombra, es a partir de las mismas
vivencias que ambas instancias se constituyen, una de éstas, el yo, en una
forma de mayor elaboración y complejidad, destinada a la evolución y al
desarrollo permanente, estableciéndose como el complejo organizador y
rector de la consciencia, en contacto con la realidad externa y con el
tiempo que transcurre. La otra, la sombra, en un estado primitivo por debajo de
los umbrales de dicha consciencia, detenida en la atemporalidad de lo
inconsciente. Entonces, es el proceso de educación y socialización el
interviniente en la formación de la sombra, pues, todas
aquellas tendencias, impulsos, emociones, funciones y elementos psíquicos
que son incompatibles con lo que los padres y modelos sociales imponen son
desechados, justamente porque entran en conflicto, con lo que la moral en
formación admite.
La sombra puede ser figurada como un
saco, una bolsa en la que se arroja, vía represión, lo que no puede ser
aceptado o tolerado por el yo; digamos que en su esencia está lo
intolerado, lo inadmisible, lo angustiante y doloroso, lo que
pesa, molesta y daña, y por esta misma razón es que, justamente, suele ser
molesta y su presencia nos daña. Tras la personalidad consciente se ha
desarrollado otra personalidad inferior que se mantiene en estado
primitivo y disociada de la primera. Es verdaderamente como un otro que habita
en nosotros, con ciertos rasgos de carácter ligados a tendencias no
admitidas por la moral, y que actúa de manera autónoma persiguiendo sus
propios fines.
Por lo tanto podemos ir
advirtiendo que la sombra es un representante de lo inconsciente y siempre
trae consigo un mensaje de lo que acontece más allá de los dominios del
sujeto de la consciencia.
Podemos estar seguros que nos
encontramos en presencia de la sombra cuando las cosas nos “sacan de
quicio”; cuando sentimos que lo que pasa a nuestro alrededor (o que algo
terrible en nuestro interior amenaza con desatarse) supera ampliamente
nuestras posibilidades para afrontarlo, y reaccionamos de un modo desproporcionado
a lo que la situación en verdad amerita.
Algo que caracteriza su presencia es
que supera nuestras capacidades porque desborda al yo; el sujeto por
momentos parece no contar con los recursos mentales suficientes para
tolerarla, ensombrece su visión del mundo, oscurece el pensamiento y su
corazón. Podríamos decir que cuando estamos encadenados a la sombra, la
penumbra se ha apoderado de nosotros. Es cierto que hay sucesos
inadmisibles en el mundo, pero si éstos nos exasperan por completo, tal
vez debamos pensar que aún no conocemos, o nos negamos a reconocer
profundamente la naturaleza humana, y de lo que ésta es capaz; esto sucede
porque no hemos aceptado que las tendencias más terribles, sádicas y
morbosas también forman parte de nuestra propia naturaleza.
La proyección de este arquetipo
permite que al hombre se le haga un poco más amena su existencia ya que
evita, hasta cierto punto, un conflicto moral; pero no se puede mantener
mucho tiempo este autoengaño, pues la sombra es parte del sujeto y se
volverá en su contra por no ser reconocida. Justamente, que las cosas nos
salgan mal por supuesta culpa del mundo, ya es una manifestación de la
sombra desconocida, que está jugando su propio partido, persiguiendo sus
propios fines. Lo ideal es reconocerla, amigarse con el diablo que uno mismo
es, y aprender de todo lo que tiene para brindarnos, sino, tarde o
temprano, nos somete haciendo su voluntad y expresando su naturaleza, pues
como solía indicar Jung: “Lo que no se hace consciente se hace
destino”. Jamás podremos librarnos de nuestra sombra, pero esto no es algo
malo, en realidad es positivo, ya que la sombra contiene un potencial
enorme y se vuelve sumamente útil cuando logramos integrarla, permitirle
su espacio y entrar en un permanente diálogo con ella, que en el fondo, es
un diálogo con nosotros mismos, pero es un diálogo que excede el orden de
las palabras y de lo puramente racional, e implica entrar en contacto con
nuestra naturaleza oculta.
La sombra sólo hace
daño o se comporta como “mala”, porque se mantiene en la marginalidad, porque
se la rechaza, y lo reprimido siempre retorna abruptamente reclamando su
lugar y demostrando que por más que nos neguemos a verlo, no ha cesado su
existencia.
BIBLIOGRAFÍA